No se puede descartar que en un futuro volvamos a construir con cemento romano

Extracto del artículo publicado en La Vanguardia “La fórmula perdida y no superada del ultra resistente cemento romano”
 20 de abril de 2021. 19:12

Los antiguos romanos construyeron diques marinos que han resistido el embate de las olas durante veintiún siglos. También edificaron puentes, acueductos y anfiteatros que todavía se mantienen en pie, a diferencia de construcciones más modernas que en doscientos años se han venido abajo. Ello ha llevado a varios equipos internacionales de geólogos e ingenieros a buscar pistas sobre la composición exacta del cemento utilizado durante el Imperio romano. Sin embargo, su fórmula magistral continúa siendo un misterio comparable al de la Coca-Cola.

Basta observar el puente Fabricio, el más antiguo de Roma, para comprobar la extraordinaria durabilidad y resistencia de las construcciones romanas. Pese a levantarse en el año 62 a.C., sigue permitiendo a los viandantes cruzar desde la orilla este del río Tíber hasta la isla Tiberina. Pero los ejemplos son incontables: el puerto hexagonal de Trajano que el emperador romano hizo construir entre Ostia y Fiumicino para alojar a los grandes navíos venidos desde todos los mares para aprovisionar de mercancías a la capital del Imperio, sigue ahí, intacto, como hace dos mil años.

Y lo mismo cabe decir de muchos puentes esparcidos por Europa, algunos todavía en uso, de los cimientos de edificios históricos existentes en Roma o Florencia, de la cúpula del Panteón de Roma (construida aproximadamente en el año 113 d.C., casi 2000 años después, sigue siendo la mayor cúpula de hormigón no armado del mundo), del puente de Alcántara (Cáceres) y de tantas infraestructuras longevas esparcidas por el viejo continente, el oeste de Asia y el norte de África.

La llamada “revolución del hormigón” comenzó con la República romana en el 509 a.C. y floreció con la llegada del Imperio romano en el 27 a.C. Los romanos basaron su expansión territorial en la ingeniería, por lo que se vieron obligados a acometer grandes obras para administrar sus posesiones.

Para tal fin crearon vías (según la Universidad de Stanford, en el año 200 de nuestra era, cuando el poder de Roma se encontraba en su máximo apogeo, las vías que recorrían el Imperio en esta época abarcaban 85.000 kilómetros, para cubrir y comunicar cerca de seis millones de kilómetros cuadrados) puentes, almacenes, puertos, acueductos, anfiteatros, termas etc. Es en esta época cuando los antiguos romanos generalizaron el uso de arcos, cúpulas y bóvedas. Pero, para construirlos, necesitaban un material increíblemente resistente: el hormigón romano. Los documentos históricos sobre este material escasean, pero se sabe que fue profusamente utilizado a partir del año 150 a.C., aunque algunos estudiosos afirman que bien pudo desarrollarse un siglo antes.

Sin embargo, con la caída del Imperio romano, la receta exacta se perdió por completo. En De Architectura, el mayor tratado arquitectónico que se conserva de la Antigüedad clásica, Marco Vitruvio Polión, el que fuera arquitecto de Julio César durante su juventud, dejó algunas pistas. Para el cemento utilizado en los edificios, Vitruvio describió una proporción de una parte de cal por tres de puzolana, una arena volcánica procedente de los lechos de Pozzuoli (“pocitos”, en latín, nombre adoptado en honor de los antiguos pozos de agua volcánica existentes en esta parte de la región de Campania, en la zona volcánica próxima al Vesuvio, cuyas aguas, pensaban los romanos, curaban la esterilidad). Para los trabajos subacuáticos, en cambio, Vitrubio especificó una parte de cal por dos de puzolana.

El erudito romano Plinio el Viejo describió en Historia natural, un compendio del saber existente en el siglo I de la era cristiana, cómo las estructuras creadas con esta argamasa se convertían en “una sola masa de piedra, inexpugnable para las olas y cada día más fuerte”.

Los ingenieros y arquitectos modernos se han maravillado durante mucho tiempo con la solidez y firmeza del hormigón romano. Ello ha impulsado a equipos de investigadores a visitar espigones, muelles y diques para estudiar sus propiedades. El Laboratorio Nacional Lawrence Berkeley de EE.UU., por ejemplo, quiso averiguar cómo algunos muros de hormigón habían resistido impasibles el paso del tiempo e incluso sobrevivido al terremoto de 1349.

“Entonces, ¿por qué no volver al hormigón romano?”, se pregunta el diario Corriere della Sera. “La receta está ahí, pero falta el conocimiento de las 'dosis' exactas”, añade el artículo, para finalizar concluyendo que no se puede descartar que en un futuro próximo volvamos a construir con cemento romano.

Link al artículo completo publicado en La Vanguardia

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