Aunque Mapei no ha participado activamente con stand en esta edición de Construmat, 2025 sí ha estado presente como visitante atento con el objetivo de tomar el pulso al sector y sumergirnos en los contenidos técnicos de valor que ofrece el Sustainable Building Congress. Una cita que, a pesar de contar con un formato expositivo más reducido que otros encuentros como Rebuild, sigue siendo una ventana interesante para explorar debates actuales sobre el futuro de la construcción. Especialmente, en temas que nos preocupan y nos ocupan: la salud en los espacios construidos, la descarbonización y los retos de la industrialización.
Una de las mesas redondas más enriquecedoras fue la titulada “Ciencia y Arquitectura al servicio de la Salud: nuevos paradigmas en construcción”, moderada por Sònia Hernández-Montaño, arquitecta especializada en biohabitabilidad y referente nacional en arquitectura saludable.
Se puso sobre la mesa cómo el entorno construido afecta directamente a la salud física y mental de las personas. La ponencia de Paula de Prado Bert, investigadora del Barcelona Lab for Urban Environmental Justice & Sustainability, introdujo el concepto de exposoma: el conjunto de exposiciones ambientales acumuladas por una persona desde su nacimiento. Esta perspectiva integradora, que engloba desde la calidad del aire interior hasta los compuestos químicos presentes en materiales de construcción, demuestra que diseñar con salud no es una tendencia, sino una responsabilidad científica.
Robert Thomson, director de Materfad, complementó la visión hablando de la investigación en nuevos materiales. Mencionó ejemplos provocadores —como el uso del cabello humano como recurso técnico— que desafían la mirada convencional y subrayan el papel de la naturaleza como aliada en la innovación.
Cristian Vivas, desde Vivas Arquitectos, mostró proyectos construidos en tierra compactada que integran confort higrotérmico y diseño pasivo sin generar sobrecostes. La clave: pensar en la salud desde el inicio, sin dejarla como un “añadido”.
Milena Ràfols, desde el Col·legi d’Enginyers Industrials de Catalunya, reforzó esta idea subrayando la importancia de la transversalidad. La salud en arquitectura no puede abordarse solo desde una disciplina: requiere colaboración entre ingeniería, arquitectura, investigación, industria y usuarios finales.
Complementando esa visión científica, la ponencia “Cómo valorar la biohabitabilidad de una vivienda”, liderada por el Instituto Español de Baubiologie (IEB), ofreció un marco técnico concreto. A través de normas como la SBM-2024 y las 25 Pautas de la Bioconstrucción, se propone una metodología para medir la presencia de contaminantes, la calidad del aire interior, los campos electromagnéticos, la humedad y los factores biológicos en el entorno construido.
El enfoque va más allá de la percepción o la intuición: se trata de cuantificar los factores de riesgo y planificar soluciones preventivas, desde la fase de diseño hasta la construcción y el uso del edificio. Esta evaluación rigurosa constituye una base sólida para justificar intervenciones desde la arquitectura saludable y contribuir a un parque edificatorio más resiliente.
Una intervención que nos recuerda que en el futuro próximo, medir la calidad del aire o la presencia de disruptores endocrinos será tan habitual como medir la transmitancia térmica de un cerramiento.
La mesa “Industrialización y sostenibilidad: una mirada transversal hacia la nueva construcción circular” fue otro de los grandes momentos. Moderada por Oriol Parés (UPC), reunió a voces del mundo académico, la industria y la práctica arquitectónica, entre ellas Gustavo Aguirre (Cemex), Antonio Batlle (Picharchitects), David Masip (Batlleiroig) e Irene Ràfols (Eurecat).
El debate giró en torno a si industrialización y sostenibilidad son conceptos compatibles. Aunque la industrialización nace de un modelo económico que prioriza la eficiencia de producción, se evidenció que, bien aplicada, puede ser una herramienta potente para la trazabilidad, el control de calidad, la reducción de residuos y la circularidad de los materiales.
Se subrayó también la importancia de normativas futuras como los pasaportes digitales de materiales, que exigirán transparencia y durabilidad en todo el ciclo de vida del producto. El camino hacia una construcción circular necesita una base de datos compartida, métricas claras y colaboración intersectorial.
En el IV Encuentro de GBCe en Cataluña, la intervención de Pablo Gugel (Bryden Wood) fue un auténtico punto de inflexión. Bajo el lema Design to Value, Gugel presentó un enfoque metódico que une ingeniería ambiental, arquitectura y estrategia industrial para diseñar edificios con impacto social, ambiental y económico cuantificable.
El planteamiento no es solo técnico: se basa en procesos colaborativos, diseño de sistemas modulares, simulación energética desde fases tempranas y medición precisa de impacto en carbono, peso, residuos y flexibilidad del edificio a largo plazo.
A través de casos reales —como centros de datos, proyectos modulares o fachadas desmontables— demostró que es posible reducir la huella de carbono en un 39% frente a sistemas convencionales, manteniendo al mismo tiempo la calidad y la funcionalidad. Su metodología DFMA (Design for Manufacturing and Assembly) combina diseño, industrialización y desmontabilidad, anticipando ya los principios que la regulación europea va a exigir en los próximos años.
La economía circular no se limita a reciclar materiales. Como destacó Pablo Gugel en otra intervención conjunta con Construcía y Metrovacesa, estamos ante un cambio de paradigma: pasar de una construcción lineal, extractiva y fragmentada, a una concepción sistémica donde se diseñe pensando en el desmontaje, la reutilización y el valor residual del edificio.
El debate abordó también el papel de los bancos de materiales urbanos, las plataformas de trazabilidad de componentes y las auditorías pre-demolición. Si bien existen barreras normativas y logísticas, se insistió en que es técnicamente viable y económicamente necesario empezar a construir edificios como futuros almacenes de recursos.
Además, se discutió el vínculo entre circularidad y creación de empleo, posicionando a España como un potencial referente europeo si se logran alinear innovación, regulación y formación.
La visita a Construmat 2025 deja una idea profundamente arraigada: la salud de las personas debe ocupar el centro del proceso constructivo. No se trata de un añadido posterior ni de un valor intangible, sino de un objetivo medible, exigente y alcanzable si abordamos el diseño, la elección de materiales y la ejecución desde una perspectiva integral.
En este sentido, la industrialización puede ser una aliada clave. No por su capacidad de optimizar tiempos o costes —que también—, sino por su potencial para mejorar la trazabilidad, la calidad del aire interior, la higiene de los procesos constructivos y la precisión en la implementación de soluciones pasivas y saludables. Pero esto solo es posible si se aplica con criterio técnico, visión ambiental y planificación desde las primeras fases del proyecto.
Del mismo modo, la circularidad ya no puede entenderse como una opción idealista, sino como una condición necesaria para garantizar entornos saludables a largo plazo. Eliminar residuos peligrosos, facilitar el desmontaje y la reutilización de elementos constructivos, reducir el impacto químico de los materiales: todo ello contribuye directamente a espacios más seguros y habitables para las personas.
Y si hay algo que todas las ponencias han dejado claro es esto: la salud en la edificación no es tarea de un solo agente. Implica una colaboración activa entre arquitectos, ingenieros, fabricantes, investigadores, promotores, legisladores y, por supuesto, usuarios.
Mapei sigue aportando soluciones técnicas que acompañen esta transformación. Con datos. Con experiencia. Con innovación. Pero, sobre todo, con la firme convicción de que construir salud es el mayor acto de sostenibilidad que podemos emprender.
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