Artículo de Bruno Sauer, director general de Green Building Council España (GBCE) en relación con el #PremioMapei2024
Cuando alguien compara peras con manzanas, aunque sea con buena intención, la gente con conocimiento sobre el tema frunce las cejas y probablemente piensa “eso no es así pero no pasa nada, lo dejamos pasar”, o igual entra a debatir. En el caso de “dejarlo pasar”, contribuye a la confusión.
Cuando alguien habla sobre la edificación sostenible y dice que su edificio casi no consume energía, yo frunzo el ceño y pienso “muy bien, pero la sostenibilidad no es solo energía”. En este punto, y tras 25 años trabajando para conseguir una edificación más sostenible, poder reflejar en un texto lo que es la sostenibilidad es un reto y un placer a la vez.
Para poder entender qué es la sostenibilidad es necesario dar un salto hacia los ecosistemas.
Casi todos los sistemas naturales son sostenibles y se definen por ser diversos —en especies— y complejos —en las relaciones entre las especies—. Asimismo, han tenido tiempo para consolidarse. Esos tres conceptos —diversidad, complejidad y tiempo— son el ADN de un sistema sostenible. Esto es lo opuesto al ADN de la sociedad humana del siglo XX con su lema “Time is money”, que significa "cuanto más en menos tiempo y todo igual, mejor".
Hay un cuarto elemento, que cuelga del concepto de la complejidad en las relaciones, que es la interdependencia de los elementos: uno y otro se necesitan para poder avanzar como sistema. La fauna y la flora, en condiciones normales, se mantienen en equilibrio.
Ecosistemas no sostenibles son sistemas que corren el riesgo de desaparecer en poco tiempo porque hay factores externos o cambios bruscos internos que interrumpen las relaciones entre las especies, de tal forma que algunas desaparecen y rompen la cadena de valor del sistema. Por ejemplo, la sequía prolongada por los cambios en los regímenes climáticos puede provocar la desaparición de algunas plantas que provocan la extinción de algunos animales que, a su vez, eran fuente de nutrición orgánica de la tierra que, a su vez, conlleva la pérdida de otras plantas… y así se puede seguir rompiendo la cadena de valor hasta que el sistema se muere.
La resiliencia de un sistema existe en su capacidad de adaptarse a las nuevas circunstancias y establecer nuevas relaciones entre las especies para sobrevivir. Cuantas más especies —diversidad—, cuantas más relaciones —complejidad e interdependencia— entre las especies y cuanto más tiempo haya para consolidar las relaciones, más sostenible es un sistema y más garantías tendrá de prosperar a largo plazo.
Una vez que aceptamos esos cuatro conceptos como herramientas de trabajo, podemos empezar a hablar sobre empresas, estrategias, decisiones, productos, edificios o ciudades sostenibles.
Si dejamos atrás el mundo natural y entramos en el mundo artificial, creado por el ser humano con todas sus buenas intenciones para crear un mundo mejor, y analizamos bajo el concepto diversidad-complejidad-tiempo-interdependencia nuestra realidad, entonces podemos intentar definir la “sostenibilidad”.
Ningún sector industrial se puede definir como un sistema natural y, por lo tanto, hemos inventado un esquema que intenta reflejar esa complejidad y diversidad para poder llegar a tener un sistema sostenible. Esto es un sistema que puede mantenerse y/o crecer en el tiempo sin hacer daño a otros sistemas y sin perjudicar posibles desarrollos en el futuro.
Ese sistema artificial está compuesto por tres ámbitos:
1. Las relaciones entre las personas, es decir, los aspectos sociales.
2. Las relaciones entre las personas y nuestra fuente única de recursos, que es nuestro planeta, los aspectos ambientales.
3. Las relaciones entre las personas y su capacidad para obtener o disfrutar de los productos y materiales, teniendo en consideración el coste y el valor de las cosas, es decir, la economía de nuestra sociedad.
Pero si volvemos un momento al sistema natural, ahí también existen los aspectos sociales, las relaciones entre las especies y las relaciones con el planeta. Lo que no existe es esa relación económica donde el coste y el valor entran en el juego. Un animal no va a comer más por vicio o un árbol no va a crecer más de lo necesario, aunque tenga agua, espacio, tierra fértil y sol, porque debilitará el sistema.
Volviendo a nuestro sistema humano, seguro que todos hemos visto el dibujo de los tres círculos parcialmente solapados que refleja la sostenibilidad como la intersección entre lo social, lo ambiental y lo económico. La sostenibilidad se sitúa en el centro del dibujo. Pero la dificultad no está en definir esos tres sectores, sino en lo que hemos dicho antes: la diversidad en contenido que compone cada uno de los círculos y la complejidad de las relaciones entre los tres círculos.
En GBCE trabajamos para que haya cada vez más empresas, entidades, edificios y ciudades situados en la parte central de la gráfica.
La sostenibilidad se manifiesta en las decisiones empresariales, los productos disponibles en el mercado, los procesos de ejecución de un edificio, los desarrollos o las estrategias que son capaces de combinar varios elementos sociales, ambientales y económicos a la vez, sin que se perjudiquen entre ellos. Es importante insistir en que no es suficiente combinar un elemento social, uno ambiental y uno económico. No, son varios elementos a la vez en los tres campos.
De ahí viene el fruncir de mis cejas cuando se escucha tantas veces que un edificio sostenible es eficiente en energía porque ahorra dinero en su fase de uso: es solo energía —solo un tema ambiental— y solo en fase de uso —solo un elemento económico—. Pero ese mismo edificio puede estar muy alejado de un núcleo urbano o de un transporte público, de tal forma que cada habitante va a necesitar un coche —con sus impactos ambientales y económicos como consecuencia—; o ese edificio puede utilizar materiales tóxicos, que no influyen en el consumo de energía, pero sí en la salud de las personas; o consumir mucha agua; o requerir mucho coste en mantenimiento por los materiales aplicados; o tener un aislamiento acústico muy malo, etc. Todos son factores que no influyen en el consumo de la energía, pero el conjunto hace que ese edificio no sea sostenible.
Un material que requiere poco mantenimiento en fase de uso, que perdura muy bien en el tiempo, pero en su colocación en obra es tóxico por los componentes que conlleva, difícilmente lo podemos llamar sostenible porque hace daño a las personas que lo manejan, tanto en fábrica como en la obra.
Está claro que la sostenibilidad no es algo fácil. Igual que la composición equilibrada de un ecosistema no se consigue en poco tiempo, conseguir que nuestros edificios sean realmente sostenibles conlleva tiempo de transformación. Llevamos ya varias décadas (in)formando al sector para que cada vez haya más profesionales que sean capaces de mitigar los impactos dañinos, de crear valor social y económico a largo plazo y de aportar salud y bienestar a los usuarios de los edificios.
Si hoy un edificio se puede llamar sostenible, eso significa que ha reducido su impacto negativo y ha incrementado su impacto positivo en los tres círculos, de tal forma que a largo plazo la sociedad, el planeta y la economía prosperarán con más facilidad. Es el valor que aporta el elemento singular al sistema y es la base del éxito y de la durabilidad del sistema.
Damos un paso más. Sabemos que el ser humano pretende ser un animal racional. Eso conlleva la necesidad de medir sus acciones para poder hacer las cosas cada vez mejor y, repito, con toda nuestra buena intención de mejorar la realidad, aunque no siempre lo conseguimos.
Para poder medir y avanzar, y para tener un cierto grado de objetividad, se han creado metodologías de criterios de sostenibilidad que son de ayuda a los agentes del sector para poder tomar las decisiones correctas en todas las fases de la cadena de valor. Eso nos permite establecer una base de mínimos para poder llamarse “sostenible” y unas escalas de mejora para ser aún más sostenible.
El hecho de ser más sostenible que los demás lo podemos interpretar como un premio, que es lo que valora el mercado, pero personalmente prefiero llamarlo un mayor compromiso, que es lo que valora el planeta y la sociedad.
La base para poder valorar la sostenibilidad en la edificación, el valor de referencia es el cumplimiento mínimo de la normativa. Si cumples el Código Técnico de la Edificación (CTE), es decir, el marco regulatorio de necesidades mínimas, tu esfuerzo es el mínimo y, por lo tanto, no aportas ningún valor extra al sistema.
Las metodologías de evaluación de la sostenibilidad VERDE y DGNB marcan, a partir de esa base, las posibles mejoras y aseguran que el resultado final del ejercicio conlleva estar en el centro del esquema de los círculos. Probablemente, cada edificio aporta más o menos valor en alguno de los tres círculos, pero, para poder ser evaluado, se tiene que trabajar los tres campos y, además, las medidas no pueden hacer daño a las otras medidas.
Un ejemplo, si descarbonizamos mucho el edificio porque aislamos bien y climatizamos con energías renovables, pero a la vez utilizamos materiales que conllevan muchas emisiones de CO₂ en su fase de fabricación, entonces los sistemas de evaluación van a hacer la suma y la resta de todos los cálculos de emisiones y el resultado en descarbonización puede ser menos de lo que esperábamos. En términos técnicos, eso se llama hacer un análisis de ciclo de vida, un ACV. Se miden los impactos en todas las fases de producción de un edificio, desde la extracción de la tierra de la materia prima hasta el uso del edificio y su posible derribo final, y el cómputo final indica si el edificio ha emitido más o menos CO₂ a la atmósfera y, por lo tanto, si ha empeorado o mejorado el cambio climático.
Lo mismo se hace con el consumo y la contaminación del agua, con la calidad del aire que respiramos, con el daño o no a la biodiversidad, con la viabilidad económica, con la gestión responsable de los recursos naturales, con la accesibilidad o con la inclusividad social.
Los sistemas de evaluación de la sostenibilidad se componen de una cantidad de criterios que se ha pactado a nivel internacional y que son coherentes con los grandes objetivos globales o las políticas de desarrollo sostenible como los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) o el Green Deal Europeo. Por lo tanto, es probable que algunos criterios vayan cambiando en el tiempo para dar respuesta a nuevos retos o porque algunos aspectos se han introducido en la normativa, de tal forma que sean de obligado cumplimiento.
Por ejemplo, hace 20 años se hablaba principalmente del ahorro energético. Ese aspecto está ya muy anclado en la normativa y, por el conocimiento más profundo sobre el cambio climático, ahora se habla más sobre las emisiones de CO₂ y, por lo tanto, las evaluaciones de sostenibilidad miden la descarbonización.
Lo mismo ocurre con el impacto de la edificación en la biodiversidad. Cada vez sabemos más sobre cómo nuestra actividad industrial afecta a la biodiversidad global y cada vez más sabemos medirlo y mitigarlo. Las actualizaciones de VERDE o DGNB incluyen, entre ellos, nuevos criterios sobre la biodiversidad.
Todo eso conlleva que la definición de la sostenibilidad en el tiempo sea relativa. Algo que se denominaba hace 20 años sostenible ahora, probablemente, es la norma. Y eso es bueno. Vamos empujando las exigencias y la norma de la buena construcción. Nos adaptamos a nuevas realidades con nuevas exigencias, tal y como los ecosistemas, con el cambio climático, el cambio de los recursos hídricos, la contaminación o la pérdida de biodiversidad.
El único y gran problema es que las adaptaciones necesarias de los ecosistemas vienen dadas, en gran medida, por los errores de las acciones humanas. Y ya sabemos que, en cualquier sistema, hay límites y en algún momento ya no puede facilitar el confort de toda la vida. Tendremos en algunos sitios más agua, en otros menos, o más o menos calor, o será más o menos caro conseguir materiales.
La buena noticia es que cada vez más vemos a más agentes que quieren estar en el centro de los tres círculos.